lunes, 11 de octubre de 2010

Discreción: un arte olvidado

“Aquí entre nos, pero no se lo digás a nadie porfa”, ¿le suena conocido?, me lo imagino, es con esta oración con la que iniciamos el 90% de las conversaciones, generalmente relacionadas con algo grave que nos pasa o que le sucedió a un conocido y que en cuestión de horas lo sabe más de una persona.

Hay personas que todo lo cuentan, no solo su vida, sino la de los demás, y en ocasiones comparten detalles tan íntimos y delicados con media humanidad, que se meten en más de un problema.

Recuerdo que hace algún tiempo en “Buen Día” trataron el tema de la discreción y aquí salían varios ejemplos de situaciones incómodas: obligar a los chiquitos a contar de la novia que tiene en el kinder o la escuela, a que reciten la poesía, que canten la canción con la que ganaron el concurso. Mujeres adultas que le cuentan a sus amigas todos los detalles de la pelea que tuvieron con la pareja, sus aventuras y desventuras en la cama, mamás que hablan hasta por los codos de lo perfectos que son sus hijos y como les arreglan su vida.

En nuestra sociedad doble moral premiamos la indiscreción, y castigamos la discreción, la persona reservada nos parece “egoísta y odiosa”, poco comunicativa, como que no le gusta compartir y no es verdad, lo digo por experiencia, porque después de una regañada que me llevé por “bocona”, aprendí que no todo lo que escucho y lo que me pasa tengo que compartirlo, por eso, como una persona en pleno uso de mis facultades mentales, elijo qué contar y a quiénes contarle.

No informar todos los detalles de mi vida o de la vida de otros no es ser odioso, es ser discreto, es practicar un arte olvidado y muy necesario en nuestros días.

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