Una conocida me contó que ella se
organizó su fiesta de 50 años, la hizo a su gusto y con su presupuesto, cuando
los hijos se dieron casi se infartan: “¡mami!, ¿por qué no nos avisó?”, ella
contestó “porque es mi fiesta”.
Les cuento otro caso: me llama
una muchacha que estuvo conmigo en una fraternidad, expresa su deseo de ver a
sus amigos y quiere que yo coordine una salida con ese grupo, a lo que yo contesto
“mirá, qué pena con vos, pero ahora no tengo tiempo, mejor llamálos y los citás
en el lugar que te quede bien”, su respuesta “¡ay, es que yo no sé hacer eso!”.
Hay personas que les fascina
presionar a otros para que les hagan un favor, hay quienes parecen reyes de
fábulas sentados en sus tronos viendo como los demás se mueven por ellos, puro
las películas de Semana Santa donde el emperador o Nefertiti tenían sirvientes
que les secaban el sudor.
Si yo quiero ver a mis antiguas
amistades de la escuela, del colegio o del grupo de la iglesia, ¿por qué no
llamarlos y planear el encuentro?; si
deseo ir a ver una película pero nadie me da pelota, nada me cuesta ir al cine,
ahora hasta se pueden comprar las entradas por internet. Lo mismo pasa con el
deseo de un viaje, ahorro, hago maletas y ¡chao a todos!, luego les enseño las
fotos.
Lo mismo sucede con la famosa
frase “que el gobierno haga algo”: se inundan las calles porque los caños están
taqueados de basura, los atropellos y asaltos están a la orden del día, no hay
plata para programas sociales, ¡¡qué el gobierno haga algo!!
¿Y yo?, yo puedo dejar de ser tan cochina y
tirar la basura en la calle; usar el puente peatonal y cruzar cuando el
semáforo está en rojo, guardar el celular, tablet o lo que sea mientras camino
por la calle o espero el bus en la parada y pagar a tiempo los impuestos que me
corresponden.
Dejemos la dependencia de lado,
no esperemos a que otros hagan las cosas por mí ya sea porque me da pereza o
miedo, la vida es una y nadie la vivirá por mí, no se quede con el clavo y haga
las cosas, tenga iniciativa, no se arrepentirá.
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