domingo, 16 de octubre de 2016

Un futuro de terror

Yo no soy mamá ni tengo intenciones de serlo, mi instinto materno está junto al Titanic, no me siento capacitada para educar un ser humano, hago esta aclaración antes que alguien me linche y me diga que hablo sin saber.

En mi timeline veo como padres orgullosos de sus hijos postean fotos: actos cívicos, partidos, ferias científicas, sesiones de fotos por el mes de nacido, de un añito o simplemente le tomaron una.

Estoy rodeada de increíbles padres que le inculcan a sus hijos valores, que les enseñan a decir “buenos días” o “gracias”, que se afanan por darle lo mejor de lo mejor, un día iba a en el bus y un chiquito de unos 5 años le dijo al chofer “muchas gracias señor, que Dios lo bendiga” y pienso qué bien educatido lo tienen.

En la universidad tengo compañeros recién salidos del colegio que no saben escribir, les cuesta la tabla del cero y los modales, mejor me muerdo la lengua, dan ganas de llorar, y esos son los que sostendrán nuestro país.

Si eso me asusta, ver en las noticias a colegiales agrediendo a otro y luego amenazando de muerte a vecinos es espeluznante, ¿dónde están los papás, qué clase de ejemplo están viendo en sus casas?, ¿qué grado de violencia  ven estos muchachos para replicarlo?, ¿ese adolescente que amenazó de muerte a alguien será capaz de seguir una orden?, Dios, no me lo quiero imaginar en una presa, en un banco y que el cajero le diga “no hay sistema”, ahí mismo lo golpea.

Ver en los medios que un niño de 9 años agrede a otro por su peso al punto de empujarlo, escolares que queman animales, o que en media pelea le arrancan la oreja a otro, al mejor estilo de Las Vegas.

Sin embargo, los jóvenes solo emulan lo que ven, lo que oyen, lo que leen en las redes sociales, porque basta recordar el repertorio de insultos xenofóbicos que se suscitaron por el tema del Himno Nacional de Nicaragua, que por cierto sigo esperando la invasión, los comentarios atroces por el suicidio de la hija del dueño del Mall San Pedro, por la implementación de la FIV, por el quehacer diario de los diputados, por el tema de Eduardo Li.

Sí, como sociedad enseñamos intolerancia, basta con ir al estadio para escuchar las agresiones verbales hacia equipo contrario y del árbitro; demostramos que las cosas se resuelven a golpes porque la ley no hace nada, que quien tiene un poco más de dinero que yo es un corrupto que merece la muerte porque me oprime y hay que eliminar quien es diferente a mí.

¿De qué valen las fiestas de cumpleaños por todo lo alto, las sesiones de fotos de recién nacido o del añito, el mejor celular, la escuela privada, la de deportes, comprarse un carro para llevarlo y traerlo para librarlo de un asalto, o pagarle un taxi o un Uber porque me da pánico que se monte en bus?

Como sociedad se está criando “princesos” no solo incapaces de defenderse, sino de respetar, nos preocupamos por el medio ambiente, los océanos, la sostenibilidad, pero, dejamos de lado los valores.

Si no se corrigen estas conductas, empezando por los adultos, no espera un futuro de terror y no, no soy madre, pero temo por aquellos que apenas comienzan su camino en este mundo.



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