Estaba un día conversando con una
señora y una conocida, Ana, la señora nos contaba que ella todos los días lleva
a la universidad a su hijita de 19 añitos, la chica no tiene ningún impedimento
físico ni mental, simplemente ella la traslada en carro porque le da miedo que
viaje en bus y la asalten.
“¿Y por qué no aprende a
manejar?”, pregunté, “¡qué, cómo se le ocurre!, ella es mi bebé, ¡uy, cómo se
nota que usted no es mamá!”, me gritó, se dirige a Ana y le dice “usted sí me entiende”, y ella
contesta “claro, pero usted está convirtiendo a su hija en una princesa y tras
de eso, inútil”.
Ahí comenzó entre ambas una
discusión, la mamá gallina se retiró ofuscada e indignada y Ana me narró su
historia y me dio permiso de contarla:
“Mi familia tenía una buena
posición económica, papi un buen puesto, mi mamá hacía repostería pero creo que
era más por hobbie que por contribuir económicamente en la casa, mi hermano y
yo todos los lujos, Toña nos ayudaba en la casa.
Los princesos, o sea mi hermano y
yo, solo en carro andábamos, mami nos llevaba y traía, si los chiquitos querían
algo lo teníamos al momento, si los chiquitos tenían pereza de hacer un trabajo
extra clase, mamita lo hacía, mamita estudiaba con nosotros, mamita nos
alistaba el bulto, viajes todos los años a Disney, ¡qué vacilón!, solo ahí
íbamos.
Nos cayó la crisis económica, mi
papá perdió el trabajo y parte de sus ahorros, nos tuvimos que socar la faja,
reducir gastos, Toña se quedó con nosotros más por lealtad y cariño que por salario,
adiós carro, adiós lujos, adiós viajes y chao ballet, natación, colegio privado
y ropa de marca.
Como Dios es tan grande papi
consiguió trabajo fuera de San José, pero no con el mismo salario, así que se
tuvo que ir a vivir a Puntarenas, mami salió a trabajar también y Toña llegaba
dos días porque igual salió a buscar brete, el par de princesos tuvimos que
aprender a ser normales.
¡Vieras lo qué fue eso!, nunca
habíamos lavado ni cocinado, menos barrer la casa, manchamos el piso, la ropa,
casi quemamos la plancha, la comida no tenía nombre, nos pasaron a un colegio
público y papitos, agarren bus.
Nos daban los pases por semana,
yo no sabía cómo administrar la plata, no tenía idea de las presas, de que
otras personas agarraban el bus también, de nada, ¡vieras qué congojas!, no me
daba la cabeza para tener el pasaje en la mano, se me olvidaba tocar el timbre
porque según yo el chofer se tenía que acordar que yo iba para ese colegio, una
vez tratando de bajarme sin querer golpee a una señora y me dijo hasta de lo
que me iba a morir.
Te lo juro, mi hermano y yo
llorábamos porque estábamos acostumbrados a andar en carro, culo de gas como
dicen, si no nos llevaba mami nos llevaba el papá o la mamá de alguien más,
aquí no, teníamos que jugárnosla solos.
Al estar mi mamá fuera de la casa
tuvimos que aprender a alistar nuestras cosas, raro para dos boluditos ¿verdad?,
ya ella no podía hacer los trabajos, revisar tareas ni nada, mi hermano más de
una vez llegó con el uniforme o tareas incompletas, se le olvidaban las cosas
de Educación Física.
Toña, Dios bendiga a Toña, hacía
todo lo posible por llegar más días pero no podía, terminamos en el mismo
colegio que el sobrino de ella y lo tenía advertido, nada de molestarnos y lo
que Toña decía se hacía.
Después de un año logramos
acomodarnos, aprendimos a dominar el mundo exterior, a ser independientes. Yo
entiendo que mis papás querían darnos lo mejor, pero nunca pensamos en qué
puede pasar.
Mi cuñada está cometiendo el
mismo error con mi sobrino, Dios libre al güila lo roce el viento, no te
imaginás el pleito que se armó entre ella y mi hermano porque él quiere que el
chiquito se meta a los Scouts y la otra histérica porque lo puede morder una
culebra y quién lo va a cuidar, “es que tiene que aprender a ser independiente”,
dice mi hermano.
No culpo a mis papás, ellos se
criaron en un mundo donde todo estaba a la mano, donde era normal una empleada
y que la mamá fuera la chofer de los carajillos, jamás se imaginaron que
existían los problemas económicos y que afuera hay otro mundo, el mundo real.
Veo a compañeras de trabajo y de
la universidad hacer las tareas de sus hijitos, llevándolos a Disney a sus
escasos 2 años, gastando miles en fiestas de cumpleaños con payasos, cupcakes,
disfraces y encima, fiesta temática o como fulana, siendo la Uber de la hija y
todo eso está mal, porque uno tiene que aprender a defenderse, a andar en bus,
manejar si es el caso y no acostumbrar a los hijos a lujos excesivos.
¿Y por qué te digo esto?, porque
mis fiestas de cumple eran en salones con todas esas carajadas, llegaba como
unas 100 personas y la primera que me celebraron en medio de esta crisis fue en
la casa con un quequito, helados, perros calientes y sin el aterro de regalos,
solo los que me dieron mis abuelitos y mis tíos, pero solo nosotros porque no
podía invitar a nadie más, ¡eso fue tan deprimente!
Gracias a Dios mi esposo está de
acuerdo conmigo, a él le tocó salir muy joven de la casa a trabajar así que
sabe lo que es la vida, los dos queremos educar a nuestro bebé como una persona
independiente y no como un inútil princeso”
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