sábado, 10 de septiembre de 2016

Educando princesos

Estaba un día conversando con una señora y una conocida, Ana, la señora nos contaba que ella todos los días lleva a la universidad a su hijita de 19 añitos, la chica no tiene ningún impedimento físico ni mental, simplemente ella la traslada en carro porque le da miedo que viaje en bus y la asalten.

“¿Y por qué no aprende a manejar?”, pregunté, “¡qué, cómo se le ocurre!, ella es mi bebé, ¡uy, cómo se nota que usted no es mamá!”, me gritó, se dirige a  Ana y le dice “usted sí me entiende”, y ella contesta “claro, pero usted está convirtiendo a su hija en una princesa y tras de eso, inútil”.

Ahí comenzó entre ambas una discusión, la mamá gallina se retiró ofuscada e indignada y Ana me narró su historia y me dio permiso de contarla:

“Mi familia tenía una buena posición económica, papi un buen puesto, mi mamá hacía repostería pero creo que era más por hobbie que por contribuir económicamente en la casa, mi hermano y yo todos los lujos, Toña nos ayudaba en la casa.

Los princesos, o sea mi hermano y yo, solo en carro andábamos, mami nos llevaba y traía, si los chiquitos querían algo lo teníamos al momento, si los chiquitos tenían pereza de hacer un trabajo extra clase, mamita lo hacía, mamita estudiaba con nosotros, mamita nos alistaba el bulto, viajes todos los años a Disney, ¡qué vacilón!, solo ahí íbamos.

Nos cayó la crisis económica, mi papá perdió el trabajo y parte de sus ahorros, nos tuvimos que socar la faja, reducir gastos, Toña se quedó con nosotros más por lealtad y cariño que por salario, adiós carro, adiós lujos, adiós viajes y chao ballet, natación, colegio privado y ropa de marca.

Como Dios es tan grande papi consiguió trabajo fuera de San José, pero no con el mismo salario, así que se tuvo que ir a vivir a Puntarenas, mami salió a trabajar también y Toña llegaba dos días porque igual salió a buscar brete, el par de princesos tuvimos que aprender a ser normales.

¡Vieras lo qué fue eso!, nunca habíamos lavado ni cocinado, menos barrer la casa, manchamos el piso, la ropa, casi quemamos la plancha, la comida no tenía nombre, nos pasaron a un colegio público y papitos, agarren bus.

Nos daban los pases por semana, yo no sabía cómo administrar la plata, no tenía idea de las presas, de que otras personas agarraban el bus también, de nada, ¡vieras qué congojas!, no me daba la cabeza para tener el pasaje en la mano, se me olvidaba tocar el timbre porque según yo el chofer se tenía que acordar que yo iba para ese colegio, una vez tratando de bajarme sin querer golpee a una señora y me dijo hasta de lo que me iba a morir.

Te lo juro, mi hermano y yo llorábamos porque estábamos acostumbrados a andar en carro, culo de gas como dicen, si no nos llevaba mami nos llevaba el papá o la mamá de alguien más, aquí no, teníamos que jugárnosla solos.

Al estar mi mamá fuera de la casa tuvimos que aprender a alistar nuestras cosas, raro para dos boluditos ¿verdad?, ya ella no podía hacer los trabajos, revisar tareas ni nada, mi hermano más de una vez llegó con el uniforme o tareas incompletas, se le olvidaban las cosas de Educación Física.

Toña, Dios bendiga a Toña, hacía todo lo posible por llegar más días pero no podía, terminamos en el mismo colegio que el sobrino de ella y lo tenía advertido, nada de molestarnos y lo que Toña decía se hacía.

Después de un año logramos acomodarnos, aprendimos a dominar el mundo exterior, a ser independientes. Yo entiendo que mis papás querían darnos lo mejor, pero nunca pensamos en qué puede pasar.

Mi cuñada está cometiendo el mismo error con mi sobrino, Dios libre al güila lo roce el viento, no te imaginás el pleito que se armó entre ella y mi hermano porque él quiere que el chiquito se meta a los Scouts y la otra histérica porque lo puede morder una culebra y quién lo va a cuidar, “es que tiene que aprender a ser independiente”, dice mi hermano.

No culpo a mis papás, ellos se criaron en un mundo donde todo estaba a la mano, donde era normal una empleada y que la mamá fuera la chofer de los carajillos, jamás se imaginaron que existían los problemas económicos y que afuera hay otro mundo, el mundo real.

Veo a compañeras de trabajo y de la universidad hacer las tareas de sus hijitos, llevándolos a Disney a sus escasos 2 años, gastando miles en fiestas de cumpleaños con payasos, cupcakes, disfraces y encima, fiesta temática o como fulana, siendo la Uber de la hija y todo eso está mal, porque uno tiene que aprender a defenderse, a andar en bus, manejar si es el caso y no acostumbrar a los hijos a lujos excesivos.

¿Y por qué te digo esto?, porque mis fiestas de cumple eran en salones con todas esas carajadas, llegaba como unas 100 personas y la primera que me celebraron en medio de esta crisis fue en la casa con un quequito, helados, perros calientes y sin el aterro de regalos, solo los que me dieron mis abuelitos y mis tíos, pero solo nosotros porque no podía invitar a nadie más, ¡eso fue tan deprimente!


Gracias a Dios mi esposo está de acuerdo conmigo, a él le tocó salir muy joven de la casa a trabajar así que sabe lo que es la vida, los dos queremos educar a nuestro bebé como una persona independiente y no como un inútil princeso”

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